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La huella consciente de Nicolás Romero (Ever)

23 de Abril de 2020
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Le conocen como Eversiempre por un hecho tan aleatorio como que cuando abrió su cuenta de Instagram, Ever, su nombre artístico, ya estaba cogido. Nicolás Romero (Buenos Aires, 1985) comenzó hace veinte años firmando y haciendo letras en las calles de su Buenos Aires natal, una ciudad que vivía la resaca de una dictadura militar que había durado ocho años y que en esos momentos entendía el arte en la calle como una expresión de libertad frente a los tiempos oscuros.


Se alejó del graffiti para comenzar a trabajar con rostros, muchos de figuras políticas con las que experimentaba y jugaba con su carga simbólica en la calle, y de los que emanaban chorros de vida y color, mientras, su trabajo de estudio se llenaba de carne y cuerpos femeninos y masculinos. En sus “Naturalezas Muertas”, con la que viene trabajando en los últimos años, Nicolás ha encontrado otra forma de utilizar la imagen a modo de reflexión social. «Me di cuenta de que a través de objetos y símbolos podía decir muchas más cosas», dice. Gatitos, caniches, drones, berenjenas, higos, flores, obras de arte clásico, iconos contemporáneos y otros elementos que encuentra en el territorio inmediato donde realiza las intervenciones murales se entremezclan en sus caóticos y surrealistas bodegones.


Compartimos en febrero una semana con él en Madrid llena de arte, muchos litros de pintura y alguna que otra caña mientras pintaba un mural de 18 metros de alto en la calle Embajadores para el programa de arte WALLS 2020 comisariado por Urvanity. El confinamiento le ha pillado en Barcelona realizando la residencia artística para el proyecto de Adidas “Change is a Team Sport” y aprovechamos para repasar con él su trabajo, sus referencias y metodología. Mucho sentido del humor, huella consciente y contenido, igual que en sus obras.






Estuvimos contigo en Madrid a finales de febrero para la realización de tu último muro en la calle Embajadores. Gatitos, objetos antiguos sacados del Rastro, la danza de Matisse… Antes de llegar nos escribiste para conocer el área donde se ubicaba la medianera que pintarías. Querías conocer el barrio, quién vive ahí, nos pedías fotos de los locales y restaurantes de la zona…


Siempre trato de investigar el lugar donde voy a pintar antes de ir y si tengo la posibilidad y el tiempo trato de recorrerlo. Busco trabajar con las cosas que están alrededor de esa pared. Cuando llegué a Madrid y empecé a hacer ese mural toda esa información que había pedido sobre el barrio donde iba a intervenir estaba efectivamente allí. Las diferentes comunidades de distintas nacionalidades, el olor a curry, las barberías… Al principio no sabía si iba a ser buena o no la recepción pero si definitivamente que sería muy directa. En la calle Embajadores cuando estaba en la grúa pintando a 5 pisos de altura escuchaba constantemente: “Oye, oye… ¿de qué trata?, ¿y no vas a hacer esto?, ¿y qué es ese higo?”. Me gustó descubrir que en este barrio existe una comunidad muy grande preocupada por lo que pueda acontecer en Lavapiés, tanto en su presente como su futuro. Cuando te das cuenta de la manera en que la comunidad donde trabajas está atenta a esa transformación es cuando tu también te preocupas más en cómo trabajar desde ese espacio.


¿Cómo se construyó ese mural?


De esta situación de comunidad me vino a la cabeza el cuadro de Matisse de los danzantes, personas bailando en el mismo lugar y agarrados de la mano. Ese fue mi punto de partida. Luego trabajé con otros elementos que podían referirse al Rastro. Lo de los gatos y los madrileños es verdad que fue casualidad. Siempre ocurre que cuando trabajas en ciudades importantes, capitales como Madrid, hay que pasar ciertos filtros. El arte público también tiene esta parte condescendiente que pintando una pared tan grande y al haber tanto a nivel logístico tu no puedes hacer cualquier cosa, tienes que lidiar con factores y personas que te guían. Cuando era más joven yo quería pintar lo que a mi me apeteciera, pero al final, cuando genero una obra, que es una búsqueda de símbolos de un espacio, tengo que acordar con ciertos individuos y entidades locales el significado de esos elementos. No es lo mismo una botella de Coca-Cola pintada en un muro en México que en África. O lo que representa el higo en España o en Estados Unidos. Lo que constituye el proceso mural es una mezcla entre lo que yo pongo por mi parte y ese filtro que delego. Al final lo que trato de hacer son investigaciones de ese espacio, ver qué simboliza ese lugar.






Vas dejando tu rastro a través de murales allá por donde pasas, ¿de qué manera haces por que sea un paso consciente?


A partir del momento que este movimiento del ‘Arte Urbano’ se iba gestando, de ir de festival en festival pintando, yo me daba cuenta de que pintaba lo que yo quería pero al final me iba de ese lugar y lo que quedaba era un rastro mío y de mi ego. Yo diciendo algo. Me iba sin adquirir ninguna experiencia de esos espacios, solo iba y pintaba… Es ahora en esta investigación de los lugares que pinto donde encontré una manera de conectar con el lugar. Hay cosas maravillosas que suceden de manera natural. Estamos en un sistema consumista en el que la manera en que nosotros nos representamos o nos hacemos entender como seres individuales y libres es a través de comprar cosas que tienen su trasfondo político o ético. Es cuando me di cuenta de que a través de objetos y símbolos podía decir muchas más cosas. Estamos en una época en la que nos estamos replanteando muchos sistemas de identidades y clasificaciones sexuales y me parecía que si seguía pintando personas, como venía haciendo hasta el momento, seguía colaborando con el viejo sistema, yo también tenía que adaptarme al nuevo contexto y tratar de ver cómo podía trabajar desde una nueva plataforma.


¿Tu trabajo de estudio difiere mucho del trabajo mural?


Mi trabajo de estudio es más auto-referencial. Trabajo desde el otro lado: las cosas que consumo, las cosas que me gustan, las que odio, las que me recuerdan a alguien o alguna situación. Es más personal. El arte público tiene una parte muy poderosa pero al mismo tiempo te planteas ¿me abro ante esta situación?, ¿a que la gente me juzgue? En la obra de estudio tengo esa posibilidad de diálogo conmigo mismo. Personalmente tengo una incapacidad de acercarme a las cosas de una manera natural, bajo los patrones establecidos de comunicación. Para acercarme emocionalmente a algo o a alguien tengo que pintarlo, es la única manera que encontré.






¿De qué manera tus raíces en el mundo del graffiti se dejan entrever en tu obra actual?


Tuve un momento en el que me quería alejar del graffiti, el sistema me parecía algo cerrado y me di cuenta de que inconscientemente la parte graffitera devino en la forma de trabajar con los colores, los fondos de color que pinto en mis obras, la fijación en que combine con el resto. Eso viene de cuando hacía letras, eran situaciones visuales. Primero combino los elementos y luego pienso en el color de fondo.


Remontémonos a tus inicios del graffiti entonces…


Empecé a pintar en la calle cuando tenía 16 años por pura curiosidad. Veía en los baños del colegio unas firmas y me parecía muy interesante descifrar esos símbolos, era un mundo aparte. Di con la gente que lo hacía y fuimos poniendo cosas en común. Algo que tiene el graffiti más allá de la búsqueda artística es la búsqueda de la amistad. En esa época estaba buscando algo completamente fuera de los patrones de los cuales yo trataba de comunicar mi trabajo. En ese momento yo ni lo consideraba obra, era más bien “quiero dibujar, cómo puedo hacerlo y como puedo llamar la atención con mis dibujos”. Ya venía dibujando varios años, tenía unos conocimientos de pintura, pero el graffiti me hizo retomarlo en un nuevo espacio y sentirme cómodo. A la vez absorbíamos otro tipo de cultura como el hip hop, el breakdance, el skate… Solo me faltaba mi gorrito de Eminem – ríe. En realidad va todo unido, estaba metido en el skate y por consecuencia acabé metido en el graffiti. Me juntaba con un grupo que iba recogiendo conocimientos de otros grupos, nos íbamos enseñando los unos a los otros.


¿De qué manera empiezas a entrar y hacerte un nombre en la escena argentina?


En 2002 empecé a salir con Brujo, un vecino que pintaba y con el que todo el mundo me confundía. Por él entré a conocer a la gente de una de las primeras crews de graffiti de Argentina, DSR, y por defecto empecé a salir con ellos. Estaban Franco Fasoli que firmaba JAZ en ese entonces y otros más como Poeta, Mart, Dano… Se generó una situación que a medida que unos crecían crecíamos todos. El movimiento empezó a crecer y la demanda de ese tipo de obra también lo hizo. Había un club de hip hop donde nos juntábamos los sábados, desde los que pintaban trenes hasta los que pintaban murales. Nosotros éramos más de los ‘suavecitos’. Hice muy poco vandalismo, no pintaba persianas o ‘cromos’ (bombing), me generaba mucho estrés. Yo hacía graffiti mural, hacíamos letras pero teníamos más tiempo para crearlo, y en realidad ¿por qué iba a hacerlo de manera ilegal y rápido cuando en Buenos Aires nadie te decía nada por pintar en la calle? Me di cuenta que era muy malo haciendo letras y empecé a ver qué podía aportar al grupo de una manera visual. Empecé a practicar hacer rostros y me gustó, lo sentí complicado pero pensé que podría llegar a hacer algo con ello.






¿Qué relación mantenía el país con esa época de los inicios del graffiti?


En esos primeros años el arte representaba una manifestación de libertad en Argentina. Pasados los sucesos de los años 70 y principios de los 80, en que hubo una fuerte represión por parte de los gobiernos militares y en la que “se hacía desaparecer” a las personas que pensaban diferente, esta sensación de salir a la calle se acentuó. Eso ayudó a que la escena del graffiti en Argentina fuera más propensa a no ser reprimida, se veía como una actividad de libertad. La gente en Argentina cuando te ve pintando en la calle está más preocupada por saber por qué lo haces y quién te paga que en preguntarse si es legal o no. En Argentina, y en Buenos Aires en concreto, comenzó a darse esa constante de ocupar espacios de manera natural, ya sea a través de manifestaciones con la gente en las calles o artísticas. Es una ciudad que te da la posibilidad de experimentar, el transeúnte es una persona muy participativa, siempre quiere hablarte e intervenir en lo que estás haciendo, es extremadamente curiosa y los resultados cuando pintas son inmediatos.


¿Cuáles eran vuestras influencias?


A Buenos Aires venía mucha gente de Europa y nos juntábamos para ver libros y revistas de graffiti europeo. Esta relación colonial económica y políticamente hablando que tiene Argentina y Latinoamérica con Europa hacía que lo que consumíamos fuera el graffiti y hip hop europeo, que a su vez se alimentaba del americano. Muchas veces no lográbamos entender las cosas que veíamos, nosotros lo que intentábamos era hacer buenas letras y en Europa estaban haciendo líneas, formas… A medida que progresábamos le encontrábamos el sentido a la manera en que se desarrollaba el trabajo en la calle en Europa, iba más allá de las letras.






¿De qué manera evoluciona tu trabajo y tu carrera para dar el salto a un ámbito más profesional?


Por los 2000 tenía un trabajo alternativo en marketing, ninguno vivíamos de pintar. Pero la rueda se empezó a mover y se empezaron a generar más trabajos, comisiones… Me puse a hacer números y me dije probemos. Por suerte todo salió bien. Entre 2009-2010 me empiezan a invitar a proyectos fuera de Argentina y es cuando se comienza a generar un circuito a nivel mundial. Moverme y viajar hizo que cambiara mucho mi trabajo, los estímulos eran totalmente diferentes. Mi obra en Argentina antes era más política, tenía un gesto más de demanda, de vivir en una ciudad donde siempre había algo que decir o una situación insatisfecha. Cuando se comienzan a generar estos proyectos fuera de mi país es cuando empecé a tomar perspectiva del lugar donde yo vivía.


Tu obra siempre ha mantenido una línea política…


Yo creo que toda acción que se aplique al espacio común que supone la calle, el único espacio público donde la gente transita y existe una comunicación, va a ser política. Estás modificando algo que ya existe. Veo un ejemplo muy claro con los edificios. Son un símbolo de poder: el edificio de una empresa importante es grande, alto y en la parte de arriba viene su nombre en un letrero. Eso yo lo considero un graffiti pero con mucha más ‘plata’. En el graffiti es el mismo concepto, poner tu nombre en lo más alto. Si las empresas o instituciones poderosas simbolizan su poder con estas estructuras que albergan gente en su interior, entonces la población lo único con lo que tiene un sentimiento de pertenencia es con la calle. No sé si existe gente en esta profesión que piense que no hace un trabajo político pintando en la calle, para mi la acción de pintar es política en sí misma.


Además de elementos que encuentras en esa investigación del espacio de la que hablábamos al comienzo, tus muros están muy influenciados por esos elementos que hoy conforman la identidad contemporánea, de Internet, memes, gatitos… ¿Cuál es el criterio de la combinación de la imagen?


La cantidad de información que consumimos día a día está afectando a nuestro criterio. Lamentablemente ya no nos impresionan muchas cosas. Al combinar memes o imágenes con diferentes valores como drones, aviones de caza… lo que trato es discutir que básicamente ya para nosotros todo es lo mismo. Es lo que me gusta de mezclar cosas que creemos que no tienen un contexto común pero que sin embargo están al mismo nivel. Cuando yo combino a Trump con un gato es porque si te fijas la cantidad de veces que se menciona a Trump en Internet es casi el mismo número de veces que cuando la gente busca gatos. Son dos elementos antagonistas pero que si escarbas tienen muchas cosas en común. El meme es una manipulación de la imagen, es sacar de contexto una imagen y cambiarlo a otro tipo de situación, yo hago lo mismo.






¿Cuál es la finalidad de tu obra en el espacio público?


Creo que siempre hay un idealismo en el artista de tratar de modificar algo en el espectador. Cuando pinto en el espacio público me planteo quién es mi observador ideal, ¿a quién pinto? Modificar el espacio sensorial de las personas y transferir esa subjetividad pasional es lo que me motiva . Por eso utilizo varios recursos visuales y diferentes criterios de información. Lo que quiero en parte es confundir a la gente y me di cuenta que me gustaba camuflarme en varios mensajes y que la gente los reinterprete. Para mi el mural empieza a funcionar después de que el artistx termine y abandone esa obra. La acción de pintarlo es una cuestión totalmente logística, para mi empieza a funcionar cuando te vas.


¿Y qué hace Nico cuando no pinta?


Trato de leer, y digo trato porque actualmente nos la pasamos ‘tratando de’. Me gusta ir mucho a museos, me encantan. Soy muy social, me gusta salir con amigos, tengo colegas con los que solamente hablo de arte y con otros con los que salimos a beber y no hablo de arte. Me gusta eso. En Buenos Aires me encontrarás en los mismos seis lugares de siempre, pidiendo lo mismo de siempre. Esa sensación de libertad es lo que más disfruto.


Llevas en Barcelona ya casi dos meses en la residencia artística de Adidas ‘Change is a Team Sport’ comisariada por Bmurals y Urvanity, ¿echas de menos Buenos Aires?


No tanto… Me da la sensación que si las personas que están allá en Argentina están bien yo estoy bien. Mi casa es bastante más pequeña que el espacio en el que estoy ahora y ahí no podría montarme un estudio, tengo demasiadas cosas y no tengo una pared para pintar. Acá estoy bien y me gustan los nuevos estímulos. Si estuviera en mi casa estaría viendo Netflix…






 


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