Béchir Boussandel
(Francia, 1984)
El espacio poético de Béchir Boussandel combina ornamento, la difusión de la luz y el retrato en miniatura. En su pintura, la imagen del mundo se babeliza a placer. Lugares que están vacíos pero habitados, las coloridas y conmovedoras dunas de arena del artista están salpicadas de solitarios protagonistas que se hacen eco en la inmensidad del paisaje. Anacoretas que nunca se encuentran, solitarios en su travesía por el desierto en sus parcelas de tierra en movimiento, estos pocos personajes extraídos de múltiples entornos se disponen e aíslan en el lienzo como en una canción de cuna: el perro, el caballo y la palmera; la bolsa, el beduino y el palo. Debido a su escala y la precisión de su construcción, son, por así decirlo, las figuritas de un juego de mesa que posan serenamente y están llamadas a moverse. Excepto que el juego carece de lógica. A veces, un elemento se repite de manera idéntica, como una anomalía que nos recuerda la irrealidad de estas tierras hechas de señuelos. La física tampoco es la ley, si hemos de creer en el diagrama polifocal en el que se combinan vistas aéreas geográficas y retratos pequeños de cuerpo entero. Esta dimensión onírica se evidencia por la gama psicodélica de los fondos, gradaciones de luz que provienen del amanecer o el atardecer y que magnifican las sombras a menudo contrastantes de las figuras. La actitud inmóvil, a veces hierática, de estas últimas se trata con un toque pulido, y contrasta con el hipnotismo de los fondos de arcilla pintados con pinceles grandes en una relación física con el color.