Inspirándose en distintas disciplinas artísticas, desde la literatura al cine, Juan Narowé trabaja con diversos medios en pinturas siempre cambiantes que oscilan entre lo antiguo y lo nuevo. A menudo añade o borra capas a sus obras, toma fragmentos ya existentes y los modifica, Narowé crea palimpsestos matéricos: la huella se encuentra con lo nuevo, en un juego de marcos temporales. El lenguaje formal de las obras es sencillo, casi infantil, puro en intención y estilo. La ingenuidad de los sujetos, retratados mientras caminan o simplemente sentados, es entrañable: hay una sensación de intimidad con los protagonistas, como si los artistas fueran capaces de entrar en sus pensamientos y sueños privados y plasmarlos en lino o papel.
La densidad de la pintura y el grosor del trazo hacen que el contraste superficie-dibujo sea aún más fuerte, reforzando esta sensación de cercanía entre el espectador y el tema.